Cipreses de Els Torrents


CARACTERÍSTICAS

El ciprés, árbol de madera dura y aromática, tiene un tronco recto rodeado de una corteza dura de color pardo o grisáceo, agrietada en los ejemplares adultos. Tiene las hojas pequeñas y delgadas, de color verde oscuro, que recubren densamente las ramas de forma permanente. Vive en ambientes cálidos y soleados, en zonas de precipitaciones irregulares. Es muy longevo, y en algunos casos puede superar los 1.000 años de edad.

Usos

La madera de ciprés es muy duradera, y muy resistente a la acción de hongos e insectos. Por este motivo, tradicionalmente se ha utilizado para construir barcos, vigas, puertas, ataúdes y tarimas.

CURIOSIDAD

El ciprés es símbolo de hospitalidad. Antiguamente, dos ejemplares de ciprés junto a una casa indicaban a los viajeros que allí se ofrecía comida y cama.

Cipreses de Els Torrents

Del conjunto de cipreses que rodean la ermita, destacan dos situados en la parte frontal derecha. El de mayor tamaño tiene la corteza gris y ennegrecida, y la ha perdido en algunos tramos. Este árbol supera los 20 metros de altura, con la característica copa alargada.
La ermita de la Mare de Déu dels Torrents, copatrona de Vimbodí, tiene su origen en el siglo XV, a raíz del hallazgo en este lugar de una imagen de la virgen. El templo actual data de 1714. Se calcula que los cuatro cipreses más grandes del recinto se plantaron en esa misma época.

Perímetro del tronco a 1.30 m 2.35 m
Perímetro en la base del tronco 3.18 m
Altura 21.80 m
Anchura de la copa 6.42 m

Situación:

Coordenadas GPS  del aparcamiento:
X, Y: 337907, 4584481 (Aparcamiento de la ermita de Els Torrents)
Lon, Lat: 1º3’39.8167”,  41º23’43.9355”

Coordenadas GPS del árbol: 
X, Y: 337942, 4584403

Acceso a pie:

 

LA ERMITA Y YO

Yo era muy joven cuando se inauguró la ermita. Apenas, un vástago incierto de ciprés, pero si dos cualidades mantenemos los árboles desde nuestro nacimiento y por años que pasen, son ver y escuchar. Quietos, erguidos y aparentemente sin alma, nos enteramos de todo. Cuenta la leyenda que hay árboles que hablan, pero puedo asegurar que, a nadie de mi familia, cupressus sempervirens, no le han dejado intervenir nunca en ninguna conversación. Por ello, desentrañar todo aquello que vemos y oímos nos mantiene mucho tiempo ocupados. Con los años, y en mi caso son trescientos, nos convertimos en verdaderas enciclopedias de vida e historia.
Las obras de la ermita habían durado tres años, oí explicar ese mismo día, y eran un encargo del monje boticario de Poblet, fray Magí Alandó. Se habían iniciado en 1714, el año fatídico para Cataluña, cuando todo el mundo nos abandonó y quedamos a merced de Felipe V, quien nos hizo pagar caro nuestro apoyo al archiduque Carlos de Austria. Cuando las obras se terminaron, fui plantado junto a otro compañero ante la fachada principal de la ermita. Mi lugar era, es, privilegiado; justo ante la puerta de entrada lo he visto, lo veo, y quisiera poder decir que lo veré todo, porque si he sobrevivido tres siglos, ¿qué ha de impedirme vivir tres siglos más? Pero no voy a fanfarronear; mi altura de más de veinte metros no sólo anuncia mi fortaleza, sino también mi fragilidad. Árboles más altos he visto caer en todos estos años, más altos y más robustos que yo.

Con mi aire indiferente, no pierdo detalle. El interior de la ermita, en línea recta hasta el retablo, es mi dominio. Ahora mismo el espacio del retablo está ocupado por una pintura que me embelesa cada vez que abren la puerta, la Asunción de la Virgen. Por lo que he oído, recuerda a Murillo, Tiziano, Guido Reni y Ribera, todos a la vez, pero el autor no es ninguno de ellos. Puedo asegurarlo yo, porque le conocí; se llamaba Adrià Campdesuñer, y pintó esta maravilla a mediados del siglo XX. La huella de su obra está presente por doquier en el pueblo de Vimbodí.
Desde aquí he visto esculpir retablos y destruirlos, venerar la ermita y profanarla. He oído blasfemias y oraciones, palabras de amor y también de odio. Ante mí desfilan los novios y los invitados, los creyentes y los turistas, la imagen de la Virgen, la devoción y el fervor. He visto almuerzos de hermandad, procesiones contra la sequía y bailes de sardanas, he disfrutado el entusiasmo y he sufrido el abandono. Todo lo que ha vivido la ermita en trescientos años lo he vivido yo.
Porque me siento parte de este espacio, pero todo el mundo sólo me ve como un árbol, a veces cuando la gente me roza al pasar, tengo la tentación de llamarlos. Si algún día lograra llamar su atención, me gustaría decirles que estoy aquí desde tiempos que no se imaginan, y que he visto y oído de todo, y que les podría contar muchas historias, y que ... ¡Les contaría tantas cosas! Pero ya sabéis, yo, cupressus sempervirens, no puedo hablar, tan sólo ver y escuchar.

 
 
Teresa Duch, Escritora