Castaños de Castellfollit
CARACTERÍSTICAS
El castaño es un árbol corpulento y con una gran capacidad de rebrote de cepa. Tiene la corteza de un color entre pardo y verdoso, lisa en los pies más jóvenes y estriada y grisácea en los viejos. En otoño, este árbol produce una infrutescencia en forma de cúpula cerrada y espinosa de la cual salen las apreciadas castañas.
Cabe destacar su valor ornamental, no sólo por las mil y una formas que puede llegar a adquirir, sino también por las diversas tonalidades que adquiere su follaje en las diferentes estaciones del año, desde el verde intenso hasta el amarillo, el rojo y el marrón. A medida que va creciendo, el tronco tiene tendencia a vaciarse por dentro, por lo que se convierte en un buen refugio para la fauna.
Usos
Esta especie se utiliza para la producción de castaña y de madera.
CURIOSIDAD
La Castañada, fiesta popular celebrada la víspera de Todos los Santos en Cataluña, tenía antiguamente una parte simbólica de comunión con el alma de los muertos, dado que mientras se tostaban las castañas, se rezaba el rosario en recuerdo de los familiares difuntos.
CASTAÑOS DE CASTELLFOLLIT
Forman un grupo de siete ejemplares, catalogados de interés local y comarcal, los cuales presentan características peculiares, con troncos de grandes dimensiones, vacíos de dentro y rodeados de una corteza fuertemente estriada, con pocas ramas vivas. Su función original era la producción de fruto. Actualmente, sin embargo, la producción es escasa.
Los siete castaños están situados cerca de la Casa de los Monjes, una antigua granja de Poblet fundada en el siglo XII y reconstruida hace unos decenios como residencia de veraneo de los monjes. Se cree que estos ejemplares fueron plantados hace siglos para abastecer de castañas el monasterio. Cerca de los castaños se alza imponente la Roca de Ponent, visible desde Vimbodí y conocida por ser el último lugar donde da el sol antes de ponerse. Los castaños centenarios están situados en pleno Paraje Natural de Poblet, entre el área de recreo de la Roca de l’Abella y la casa forestal de Castellfollit, de aire modernista, construida a principios del siglo XX.
Perímetro del tronco a 1.30 m | 8.32 m |
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Perímetro en la base del tronco | 11.60 m |
Altura | 7.90 m |
Anchura de la copa | 10.23 m |
Situación:
Coordenadas GPS del aparcamiento:
X, Y: 337707, 4579506
Lon, Lat: 1º3’36.0020”, 41º21’2.5539”
Coordenadas GPS del árbol:
X, Y: 337731, 4579522
INÚTIL
Había sido un día como otro cualquiera. Yo me había lamentado desde la salida del sol por lo que había sido y ya no era, por lo duro que es hacerse viejo y por el dolor de mis llagas abiertas que no me daban tregua ni un segundo.
Allá en el pueblo hacía unos días que se había declarado la guerra. Las bombas no habían empezado a estallar, pero por experiencia reconocía el rumor que las precedía y pese a mi gran preocupación por los propios problemas estaba inquieto por el momento en que pudiera empezar.
Con la poca movilidad que los años me permitían, observaba las grandes heridas abiertas en mi tronco. Después miraba a mis seis compañeros y me preguntaba qué hacíamos en este mundo, mutilados de esa forma, inútiles, sin dignidad, y qué sentido tenía nuestra vida. Tal vez aquella guerra nos dejaría aún más maltrechos…
Nos encontrábamos en otoño de 1938. Todas mis flores ya habían madurado y empezaban a convertirse en esa cápsula espinosa que guardaba, en su interior, las castañas. El sol, desde hacía un rato, había dejado de iluminar la Roca de Ponent, pero todavía inundaba el mundo con su resplandor.
Sucedió cuando todo estaba tranquilo, sólo soplaba una ligera brisa como cada noche y la luna y las estrellas se adueñaban del cielo: la vi subir apresuradamente por el barranco de Castellfollit. Era una chica joven, no tendría más de veinte años y llevaba un niño en los brazos. El niño lloraba y también la oí sollozar a ella cuando se me acercó. Abrazaba con fuerza al niño, me pareció que también con desesperación. Al llegar frente a mí, me miró fijamente, tanto que llegué a sentirme incómodo ante la insistencia de su mirada. Si yo sólo soy un árbol viejo, inútil, mutilado...
Después abrazó al niño, hecha un mar de lágrimas, y lo dejó en una de mis grietas irreparables. La chica echó a correr y la criatura siguió llorando aún más fuerte, en mi seno. Sentí como una bocanada de vida me llenaba y me devolvía las ganas de vivir, pero no pude entretenerme demasiado en la emoción porque enseguida oí voces de hombres que gritaban, subiendo por el mismo camino por donde había llegado la muchacha. No hacía falta tener cientos de años para adivinar que no llevaban buenas intenciones. Iban armados y sus palabras los delataban: matar, despeñar, pegar un tiro, dejar morir...
Invoqué al viento, nuestro viento, y deseé vehementemente que soplara con fuerza, que chillara y aullara para ahogar el llanto de aquel inocente que se había refugiado en mi vientre agrietado. Y el Vent de Bosc acudió en mi ayuda. De pronto, su suave rumor se convirtió en látigo poderoso que atizaba todos los árboles del bosque. Robles, encinas, fresnos, sanguinos, helechos y también mis dañados e inútiles hermanos castaños movían las hojas, curvaban las ramas y aturdían a todo ser vivo en aquel paraje. A todos menos al niño. El niño seguía llorando, pero nadie podía oírlo, porque el bramido poderoso del bosque lo silenciaba todo con su envite.
Dos días después, cuando el viento ya volvía a ser la brisa suave del atardecer, un hombre y una mujer subieron, siguiendo los pasos de la chica y de sus perseguidores. Les resultó fácil encontrar al niño; su vagido era ya débil, pero a ratos continuaba llorando. Lo cogieron entre exclamaciones de alegría, mientras le daban besos y mimos. Después rompieron en sollozos.
No he vuelto a quejarme nunca más de mi inutilidad, y eso que ya han pasado ochenta años desde aquella historia. Espero vivir ochenta más, ochocientos si es preciso. Y es que ahora ya sé cuál es el sentido de mi vida.